Una de las formas en  la cual el Islam ha honrado a la mujer es concediéndole el derecho a elegir a su  marido. Sus padres no tienen derecho a forzarla a casarse con alguien que no le  agrade. La musulmana conoce este derecho pero no rechaza el consejo y la guía de  sus padres cuando un pretendiente potencial se presenta, porque ellos tienen las  mejores intenciones de corazón para con su hija, y tienen más experiencia de  vida y conocen más a las personas. Al mismo tiempo no renuncia a este derecho  entregándose a los deseos de un padre que quiere forzar a su hija a concretar un  matrimonio con alguien que no le agrada.
   Existen muchos textos  que apoyan a la mujer en este sensible tema, por ejemplo el relato citado por el  Imâm Al Bujâri de Al Jansâ' Bint  Jidâm:
"Mi padre me casó con un  sobrino que no me gustaba, por eso me quejé ante el Mensajero de Allah                      . Y él me dijo: ‘Acepta lo que tu padre ha dispuesto’.  Dije: 'Yo no deseo aceptar lo que mi padre ha dispuesto'. Él dijo: 'Entonces  este matrimonio es inválido. Ve y cásate con quien desees'. Le dije: 'He  aceptado lo que mi padre dispuso, pero quiero que las mujeres conozcan que los  padres no tienen derecho en los asuntos de sus hijas (es decir, que no tienen  derecho a forzarlas a casarse)".[1]
     En primer lugar, el Profeta        le dijo a Al Jansâ' que obedeciera a su padre, y así es como debe  ser, porque la preocupación de los padres por el bienestar de sus hijas es algo  bien conocido. Pero cuando el Profeta 
                                   se dio cuenta de que su  padre quería forzarla a un matrimonio que ella no quería, le dio la libertad  para elegir, salvándola de la opresión de un padre que quería forzarla a un  matrimonio no deseado.
   El Islam no quiere  imponer una carga insoportable sobre las mujeres, forzándolas a casarse con un  hombre que les desagrada, pues quiere matrimonios exitosos, basados en la  compatibilidad entre los cónyuges. Debe haber un terreno en común entre ellos,  en términos de parecido físico, actitudes, hábitos, inclinaciones y  aspiraciones. Si algo va mal, y la mujer siente que no puede amar a su marido  sinceramente, y teme cometer el pecado de la desobediencia y oposición a su  marido, a quien no ama, entonces puede pedir el divorcio. Esto fue confirmado en  un relato, cuando la esposa de   Zâbit Ibn Qais Ibn Shammâs, Yamîlah, hermana de  ‘Abudllah Ibn Ubai, se presentó ante el  Profeta        y le  dijo:
"¡Oh, Mensajero de Allah! No tengo nada contra Zâbit Ibn Qais con  respecto a su religión o comportamiento, pero odio cometer un acto de kufr siendo una  musulmana”. El Profeta         dijo: "¿Le devolverás su jardín?" - su dote había sido un jardín. Ella  contestó: "Sí." Entonces el Mensajero de Allah envió un mensaje a él: "Toma de  vuelta tu jardín, y concédele a ella una declaración de divorcio."[2]
   De acuerdo a un  relato recopilado por Al Bujâri de Ibn ‘Abbâs, ella dijo: "Yo no  culpo a Zâbit de nada, con respecto a su religión o su comportamiento,  pero no lo quiero".
El Islam ha protegido la dignidad de la mujer y su humanidad, y ha respetado sus deseos con respecto a la elección de un marido, con quien pasará el resto de su vida. No es aceptable para nadie, (no importa quién sea el pretendiente), forzar a una mujer a un casamiento con un hombre a quien no quiere.
     No hay una indicación  más precisa de esta situación que la historia de Barîrah, una joven  esclava etíope que pertenecía a ‘Utbah Ibn Abî Lahab, quien la forzó a  casarse con otro esclavo cuyo nombre era Mugíz, a pesar que ella jamás lo  hubiera elegido como marido si hubiera estado en control de sus propios asuntos.  Por eso, ‘Â'ishah    se apiadó de ella, la compró y la liberó. Así, esta joven mujer se sintió  libre, en control de sus propios asuntos, y pudo tomar una decisión sobre su  casamiento. De esa manera, pidió el divorcio a su marido. Su marido, solía  seguirla llorando, mientras ella lo rechazaba. Al Bujâri cita a Ibn  ‘Abbâs para describir a esta mujer liberta, quien  insistía en la anulación de su matrimonio con alguien a quien no amaba; el  bondadoso Profeta 
                          comentó  algo al ver esta escena y buscó intervenir.
Ibn  ‘Abbâs  dijo:
"El esposo de Barîrah era un esclavo conocido como Mugîz. Casi puedo verlo, corriendo tras ella y llorando  con lágrimas sobre su barba. El Profeta                    dijo a ‘Abbâs: '¡Oh, ‘Abbâs! No te sorprendes de cuánto  ama Mugîz a Barîrah, y   de cuánto odia Barîrah a Mugîz'. El  Profeta 
    dijo a  Barîrah: '¿Por qué no regresas con él?’ Ella dijo: '¡Oh, Mensajero de  Allah! ¿Acaso estás ordenándome hacer eso?'. Dijo él: 'Estoy tratando  simplemente de intervenir en su nombre'. Ella dijo: 'No tengo necesidad de  él'"[3]
    El  Profeta  estaba sumamente conmovido por esta demostración de  emoción humana: un profundo e irresistible amor por parte del marido, e  igualmente un enérgico desprecio por parte de la esposa. Él no pudo ayudar, pero  recordó a la esposa y le preguntó por qué no regresaba con él, siendo su marido,  y el padre de su niño. Esta mujer creyente le preguntó si le estaba ordenando  hacer tal cosa. Este gran legislador y educador que era el Profeta 
                                                                                     , le replicó que solamente estaba tratando de  interceder para promover una reconciliación si fuera posible. Él no estaba  tratando de forzar a nadie a hacer algo que no deseara.
    Que  aquellos obstinados e insensibles padres que oprimen a sus propias hijas  escuchen la enseñanza del Profeta                    .
    La musulmana  que comprende las enseñanzas de su religión tiene criterios prudentes y  correctos cuando debe elegir a su marido. Ella no sólo se preocupa por una buena  apariencia, una elevada posición, un lujoso estilo de vida o cualquiera de las  otras cosas que atraen a las mujeres habitualmente. Ella examina su nivel de  compromiso religioso, su actitud y comportamiento, porque éstos son los pilares  de un matrimonio exitoso, y las mejores características de un marido. La  enseñanza islámica señala la importancia de estas cualidades en un potencial  esposo, así como el Islam prescribe que la mujer acepte la propuesta de  cualquiera que tenga estas cualidades, para que no se propague la fitnah y la corrupción en la  sociedad:
"Si se os presenta alguien con cuya religión y actitud estéis  satisfechos, entonces entregad a vuestra hija en matrimonio, porque si no lo  hacéis la fitnah y el agravio se  propagarán sobre la Tierra." [4]
   Así como el verdadero  joven musulmán creyente no debe sentirse atraído por las jovencitas bonitas que  crecieron en un ambiente negativo, la joven musulmana guiada por su religión no  se sentirá atraída por los estúpidos estereotipos de "playboys", no importa cuán  apuestos sean. Más bien, se sentirá atraída por un hombre serio, educado, y  creyente; aquel de vida honesta y corazón puro, cuyo comportamiento es bueno y  cuya comprensión de la religión es íntegra.
Nadie es un compañero más adecuado para la correcta mujer creyente que un  hombre bueno y creyente; y nadie es un compañero más adecuado para la mujer  descarriada e inmoral que  un hombre  descarriado e inmoral, como Allah          dice:
[Las perversas sólo son  para los hombres perversos iguales que ellas, y los hombres perversos no estarán  sino con mujeres perversas iguales que ellos. En cambio, las buenas mujeres  tendrán a su lado hombres buenos iguales que ellas, y los hombres buenos sólo  tendrán a su lado mujeres buenas iguales que ellos...]  (24:26)
Esto no significa que la musulmana deba ignorar completamente el tema de la apariencia física, y soportar a alguien sin atractivo y desagradable. Es su derecho - como se expresó anteriormente- el casarse con un hombre con quien su corazón pueda estar lleno de amor, y que la complazca tanto en su apariencia como en su conducta. La apariencia no debe ser desatendida a expensas de la naturaleza interior, o viceversa. Una mujer debe escoger a un hombre atractivo para ella, en todos los aspectos, alguien que gane su admiración y respeto. La verdadera musulmana nunca se deja deslumbrar por las apariencias exteriores, y nunca deja que estas apariencias, la distraigan de percibir la esencia de un potencial esposo.
   La musulmana sabe que  el hombre tiene el derecho de qiuâmah  sobre ella, tal como el Corán lo menciona:
[Los hombres están a cargo  de las mujeres debido a la preferencia que Allah ha tenido con ellos, y deben  mantenerlas con sus bienes...]  (4:34)
    De ahí que  quiera casarse con un hombre cuyo qiuâmah sobre ella la haga sentir orgullosa, alguien  con quien esté feliz de casarse y nunca se lamente de ello. Un hombre que tome  su mano en la suya y demuestre cumplir su misión en la vida, al establecer una  familia musulmana y erigir una nueva generación de hijos inteligentes y  cautelosos, en una atmósfera de amor y armonía, que no se verá dificultada por  actitudes conflictivas o diferencias religiosas. Se supone que los creyentes y  las creyentes caminan uno al lado del otro en el trayecto de la vida, lo cual  constituye una cuestión seria para la creyente, de manera que puedan cumplir la  gran misión que Allah                                                                                                                       ha encomendado a la humanidad,  hombres y mujeres por igual, así como el Corán lo expresa en la siguiente aleya:
[Allah les tiene  reservado Su perdón y una gran recompensa a los musulmanes y las musulmanas, a  los creyentes y las creyentes, a los piadosos y las piadosas, a los justos y las  justas, a los pacientes y las pacientes, a los humildes y las humildes, a  aquellos y aquellas que hacen caridades, a los ayunadores y las ayunadoras, a  los pudorosos y las pudorosas, y a aquellos y aquellas que recuerdan  frecuentemente a Allah.]  (33:35)
Con el propósito de lograr este gran objetivo de consolidación del lazo matrimonial y el establecimiento de una vida familiar estable es esencial escoger al compañero apropiado en primer lugar.
    Entre las  grandes mujeres musulmanas reconocidas por su fuerza de carácter, sus  encumbradas aspiraciones y su visión lejana en cuanto a la elección de un  marido, se encuentra: Umm Sulaim Bint Milhân, quien fue una de las  primeras mujeres Ansâr en  abrazar el Islam. Ella se casó con Mâlik Ibn An Nadar, y le dio un  hijo llamado Anas. Cuando abrazó el Islam, su esposo Mâlik se enojó con ella y la abandonó, pero ella  persistió en su Islam. Poco tiempo después, escuchó la noticia de su muerte,  cuando todavía estaba en la flor de su juventud. Ella soportó toda esta  situación con la esperanza de la retribución de Allah                                                  , y se dedicó al cuidado de su hijo de diez años de edad, Anas. Una vez lo llevo al Profeta 
         para que lo pudiera servir (y así aprender de  él).
Cierto día, uno de los mejores jóvenes de Al Madînah, guapo, rico, y fuerte, vino a pedir su mano en matrimonio. Él era Abû Talhah - antes de convertirse en musulmán, muchas de las jovencitas de Iazrib (Al Madînah) gustaban de él, debido a su riqueza, su vigor, y su bien parecido juvenil. Él pensaba que Umm Sulaim gozosamente se apresuraría en aceptar su ofrecimiento, pero para su asombro ella le dijo: "¡Oh, Abû Talhah! Tú sabes que el ídolo que adoras es sólo un árbol que creció en la tierra, y fue tallado con forma por el esclavo de la tribu tal y tal". Él dijo: "Por supuesto." Ella añadió: "¿No te sientes avergonzado de postrarte ante un pedazo de madera que creció en la tierra, y fue tallado por el esclavo de la tribu tal y tal?" Abû Talhah como era obstinado, le insinuó una costosa dote y un estilo de vida lujoso, pero ella persistió en su punto de vista y le dijo francamente: "¡Oh, Abû Talhah! Un hombre como tú no podría ser rechazado, pero eres un incrédulo y yo soy una mujer musulmana. No me está permitido casarme contigo, pero si abrazas el Islam, esa será mi dote (mahr), y no te pediré nada más."[5]
    Él volvió al  día siguiente para intentar tentarla con una dote más grande, y con un regalo  aún más generoso, pero ella permaneció incólume, y su persistencia y madurez  aumentaron su belleza ante sus ojos.
Ella le dijo entonces: "¡Oh, Abû Talhah! ¿Acaso no sabes que el ídolo a quien rindes culto fue tallado por el esclavo carpintero de tal y tal? Si le prendieras fuego, seguramente se quemaría". Sus palabras resonaron como una conmoción para Abû Talhah, entonces él se preguntó a sí mismo: "¿Acaso se puede quemar al Señor?" Luego pronunció las palabras: "Ashhadu an lâ ilâha illa Allah ua ashhadu anna Muhammadan rasûl Allah" (la declaración de fe del musulmán).
Entonces, Umm Sulaim dijo a su hijo Anas con una alegría que embargaba todo sus ser: "¡Anas, cásame con Abû Talhah!". De esta manera, Anas dio testimonio y el matrimonio fue formalizado.
   Abû  Talhah, por su parte estaba tan feliz que estaba determinado a  colocar toda su riqueza a disposición de Umm Sulaim, pero la actitud de  ella era la actitud desinteresada, digna y sincera de las mujeres creyentes.  Ella le dijo: "Abû Talhah, yo me casé  contigo por la causa de Allah            , y no tomaré ninguna otra dote." Ella sabía que cuando Abû  Talhah abrazó el Islam, no sólo había ganado un  marido apreciable sino que también ganó una recompensa de Allah 
                     mucho mejor que poseer  camellos rojos (los de raza más  altamente cotizada) en este mundo. Tal como ella había escuchado decir al  Profeta 
                   :
"Si Allah    guía a una persona al Islam por tu intermedio, será mejor  para ti que poseer camellos rojos".[6]
    Estas grandes mujeres musulmanas son  ejemplos dignos de imitación, y de quienes las musulmanas de hoy en día pueden  aprender la pureza de su fe, la fuerza su carácter, la integridad de su  creencia, y la sabiduría en elegir un buen esposo.
[1]  Ver Fath  Al Bâri', 9/194, Kitâb an nikâh, bâb ikrâh al bint ‘ala  az zauây; Ibn Mâyah, 1/602; Kitâb an nikâh, bâb man zauuaya  ibnatahu ua hiia kârihah; Al  Mabsût 5/2.
[2]  Fath  Al Bâri', 3/395, Kitâb at talâq, bâb al  jul‘.
[3]  Fath  Al Bâri', 9/408, Kitâb at talâq, bâb  shafâ‘ah an nabi fi zauy Barîrah.
[4]  Hadîz hasan narrado por At  Tirmidhi, 2/274, Abuâb an nikâh,  3; y por Ibn Mâyah, 1/633, Kitâb  an nikâh, bâb al akfâ'.
[5]  Relatado por An Nasâ'i con un isnâd sahîh, 6/114, Kitâb an nikâh, bâb at tazuîy ‘ala al  islâm.
[6] Fath Al Bâri', 7/476, Kitâb al magâzi, bâb gazuah jaibar.
 
 

 
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