La musulmana paga el zakâh de sus propios bienes cuando, debido a su riqueza, éste se torna una obligación para ella. Todos los años, en una fecha específica, ella calcula cuántos bienes posee y paga lo que le corresponde, porque el zakâh es un pilar del Islam, y no puede haber compromiso o excusa alguna cuando llega el momento de pagarlo cada año, aún cuando la suma es de miles o millones. A la verdadera musulmana nunca se le ocurriría abstenerse de pagar la suma de zakâh que está obligada a pagar.
      
   El zakâh es una obligación financiera claramente  definida y un acto de adoración que Allah                  ordenó a todo musulmán; sea hombre o mujer, que posea la cantidad mínima  (nisâb) o más todavía. Rehusarse a pagar el zakâh o  negar su obligatoriedad es equivalente a la apostasía (riddah) y al  kufr (incredulidad); por lo cual, una persona debe ser combatida y hasta  ejecutada, a menos que pague íntegramente lo requerido por el Islam. Las  palabras de Abû Bakr 
,  en lo referido a los apóstatas que retuvieron su zakâh se hacen  eco a través de los siglos para llegar a nosotros: "¡Por Allah! Yo lucharé  contra quien separé el salâh y el  zakâh."[1]
Estas inmortales palabras manifiestan la grandeza de esta religión, que realizó la conexión entre los asuntos "religiosos" y los "seculares", y además reveló la profunda comprensión de Abû Bakr con respecto a la naturaleza de esta forma de vida integrada, que combina creencias abstractas con la aplicación práctica de sus principios. Muchas aleyas del Corán confirman la interdependencia del salâh y el zakâh en la estructura de la fe.
       
[Los creyentes que hacen la oración prescripta, pagan el Zakât...] (5: 55)
   
[Observad la oración prescripta, pagad el Zakât...] (2: 43)
   
[Los creyentes que obran rectamente, hacen la oración prescripta y pagan el Zakât...] (2:277)
  
   Constituye algo  evidente, para la auténtica musulmana, que aunque el Islam le haya otorgado el  derecho a la independencia, y no la haya obligado a mantenerse a sí misma o a  otros - lo cual constituye un deber más de los hombres - en realidad la agració  con el zakâh; y ha hecho del zakâh un derecho de los  pobres a recibirlo. Por lo tanto, la musulmana, no vacila en pagarlo, de acuerdo  a los modos prescritos por la sharî‘ah. Ella no puede pedir ser  excusada, pues es una mujer, y ninguna mujer está obligada a gastar de lo suyo  en otros. Cualquier mujer que realicé tal reclamo, posee un pobre entendimiento  del Islam, su fe es débil y tiene alguna clase de falla en su personalidad. Es  decir, que es una mujer que aparenta ser religiosa, pero en realidad es  ignorante y negligente; o es tacaña y ama el dinero, y jamás se le ocurriría  pagar el zakâh, aún cuando ayunara, rezara y cumpliera con el  hayy y ocasionalmente diera una pequeña donación caritativa de su gran  riqueza. Esta clase de mujeres - ignorantes o tacañas - no llegan ni siquiera a  aproximarse a la verdadera mujer musulmana, tal como lo contempla el  Islam.
[1] Ver Sahîh Muslim, 1/207, Kitâb al imân, bâb uyûb qitâl târik ahadi arkân al islâm.
 
 

 
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